Por : José F. Otero
El mundo de la tecnología tiende a encerrarse en una burbuja en la que lo único importante es la innovación, ver como las más recientes creaciones desempeñan nuevas funciones o simplemente mejoran las ya existentes. Las más exitosas son capaces de crear demanda por un servicio que nunca habíamos necesitado. Todo sea por el progreso.
Sin embargo, hay ocasiones en que la vida interrumpe tanta innovación e impone un freno a la tan ansiada digitalización. Es el eterno enfrentamiento entre lo que puede lograr la tecnología existente y lo que puede costear el mercado. O dicho en otras palabras, ¿qué innovación realmente puede ser adoptado como servicio viable de forma inmediata?
No todas las invenciones llegan en el momento justo en que existe una demanda por sus funciones. Los ejemplos abundan, desde video-llamada por celular existentes desde la llegada de 3G en el 2001 y que en su momento fueron bien recibidas por el mercado en Japón mientras que en América Latina no se utilizan masivamente sino hasta la llegada de LTE. Aún recuerdo caminar por Santiago cuando se lanzó EDGE y ver como un operador invirtió en propaganda sobre cómo esta extensión de GPRS/GSM sería suficiente para esa llamada audiovisual full-dúplex.
Tampoco ser mejor tecnología implica tener el éxito asegurado. La importancia de otros factores como economías de escala o interoperabilidad se hicieron muy presentes para frenar los avances de CDMA 1x y WiMAX hace poco más de una década. La lección es clara, considerar y establecer como una de las prioridades de cualquier lanzamiento de nuevas tecnologías el aspecto humano es esencial para su éxito. Después de todo, la inmensa mayoría de las personas no vive en un laboratorio para maravillarse de cosas que muchas veces no le importan.
La desconexión existente entre quienes lideran la innovación tecnológica y quienes se preocupan en monetizarla se observa anualmente en un video que desde finales del Siglo XX innumerables empresas de tecnología han mostrado a miles de periodistas y analistas. Casi siempre se trata de una persona caminando por la casa y cada paso parece coincidir con un sensor activando un nuevo aparato electrónico; desde radios y televisores, hasta hologramas y máquinas de café.
No cabe duda que algún día este escenario, o algo parecido, podría convertirse en realidad y tengamos a todos los aparatos de la casa conectados al Internet y el celular se reduzca a ser un simple control remoto. ¿Se imaginan cuantos datos estaría generando cada hogar? ¿El ancho de banda necesario para mantener interconectados la nevera, el termostato, la computadora y el televisor transmitiendo en tiempo real conversaciones por medio de hologramas? ¿Cuál sería el rol del servicio de inteligencia artificial local que apoyaría en la administración de todos estos aparatos? ¿Cuál sería el costo que separaría nuevamente a los pudientes digitales versus a los ciudadanos de segunda que aún viven de mayormente de forma analógica?
Lo mismo sucede con aquellas aplicaciones que cuestan grandes cantidades de dinero y requieren solo de tecnología de punta para poder operar. Sin dinero poco importa la innovación tecnológica, las reglas de competencia, las definiciones de servicio, dónde se manufactura el teléfono o si los servicios de telecomunicaciones tienen buena cobertura. Usualmente los inventos son para hacerle la vida más fácil al rico, no para ayudar a quién no tiene con qué pagar.
Intentar implementar medidas que acorten la brecha digital en la población para que cada ciudadano tengas las mismas oportunidades lleva a una conversación que en una sala de hotel entre cócteles, canapés y vino se ve como algo lógico. El sentido de justicia hace mérito de tal gala y el consenso sobre la necesidad de ayudar a los más necesitados nuevamente se hace presente. Llevar esa misma determinación al lugar donde se redactan las leyes es comenzar a hurgar en el mierdero de una demagogia que confunde comunismo con socialismo, rechaza la economía mixta sin entenderla y habla en absolutos al revivir frente a los medios a los más tenebrosos personajes de los hermanos Grimm.
Muchas veces he dicho que llevar las nuevas tecnologías a las localidades que carecen de servicio no es un tema de brecha digital o simple inclusión digital, sino un tema de desarrollo y pobreza. Ver como las trampas de pobreza que parecen perpetuidad las diferencias sociales se han tatuado en el espíritu de una gran parte de la población. Reducir el llevar conectividad a localidades que carecen de este servicio como la solución del problema de no conexión es un mal muy común de gobiernos resultadistas preocupados por el próximo ciclo electoral.
Adoptar una visión más enfocada en desarrollo con tiempos diferentes a los dictados por un tradicional calendario de inversión, con una estructura elaborada de inmersión tecnológica que busca el crear docentes serios interesados en equiparar el nivel de desarrollo de todas las regiones del país. Tal vez, entonces se podría comenzar a hablar de un modelo exportable. Para eso hay que estudiar y crear conciencia de que es lo realmente necesario a corto plazo es entender cuál realmente es el problema.
Desgraciadamente estamos demasiado lejos de esa visión que a estas alturas se presenta como una rebelde distopía donde los rebeldes se enfrentan a muros invisibles creados por algún idiota de turno que se desvive fomentando líneas divisorias entre ellos y nosotros. Son quienes favorecen utilizar los avances tecnológicos para deshumanizar.
Afortunadamente los nuevos congresos de telecomunicaciones comienzan a tener entre sus participantes a robots que se supone estén encargados de hacernos la vida más fácil. Robots que sirven de recordatorio sobre como las innovaciones casi siempre se dirigen a un sector de la población donde los billetes sobran y las monedas se ven escondidas por tarjetas de crédito de menor peso y ruido. Tal vez encender una par de velas para hablar con los espíritus sea lo más apropiado.
Como dicen las malas lenguas, eso de transformación digital es cuestión de comodidad y no de humanidad.
Por : José F. Otero